Con esta pregunta me abordó días pasados una simpática periodista en la calle Bravo Murillo de Madrid. Recurro a este suceso para referirme a la noticia de que se va a limitar e incluso prohibir el uso de cualquier opción médica de las llamadas alternativas. La joven que me entrevistó para una cadena de TV, se convirtió en promotora inconsciente de este artículo. La conversación ante el cámara que la acompañaba se inició más o menos así:

-¿Conoce usted la homeopatía?
-Pues claro que sí. Yo mismo podría ser un homeópata, pues tengo mi propio Repertorio de remedios homeopáticos.

-¿Y cree que la homeopatía puede curar?

-Estoy absolutamente convencido, al menos en algunos casos; porque lo he visto con mis propios ojos.

Y, por supuesto, no la estaba engañando. Efectivamente durante los años 1989 y 1990, o sea dos cursos completos, estudié homeopatía en unas clases de Medicina Alternativa que impartía la doctora María Pérez. Se trataba de estudios, no reglados; ella era la profesora y los dirigía desde un aula situada en la calle Ibiza de Madrid. María era argentina y además tenía, según los diplomas que exhibía su despacho, títulos de licenciada en medicina y psiquíatra.

Pero, ¿qué es la homeopatía?

Samuel Hahnemann, un químico y médico sajón que vivió entre los siglos XVIII y XIX, descubrió que un remedio es también idóneo para curar aquello que, en otras condiciones, es capaz de producir. Su método se llamó homeopatía, y el lema fue, la descripción de su descubrimiento: «similia similibus curentur», que significa: «lo similar cura lo similar».

Si hiciéramos un viaje hacia esas fechas juveniles de la homeopatía, comprobaríamos con estupor que la medicina de entonces era un peligro mortal -se llegó a decir que algún tipo de medicina alopática, como la browniana que abusaba de sus medicamentos, mató más gente que la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas juntas-. Visto así, a nadie le sorprenderá que el descubrimiento de Hahnemann, que abogaba justo lo contrario, tuviera tan sobresaliente acogida. Además no parece que ninguno de sus múltiples opositores pudiera alegar en contra del científico que la homeopatía comporte algún tipo de riesgo para la salud; pues las dosis mínimas que se utilizan en los tratamientos, están en las antípodas de sistemas médicos de la época, como el tan letal y ya citado de John Brown. Aquella medicina browniana había marginado el principio de Hipócrates «primun non nocere», -ante todo no hacer daño.
Hahnemann, convencido de lo que decía, probó consigo mismo que al tomar dosis excesivamente altas de quina desarrollaba unas fiebres muy similares a la malaria, mientras que en dosis mínimas, esa misma quina resultaba un remedio muy eficaz contra aquella enfermedad tropical. De un modo tan simple, quedaba probado su lema de que lo similar cura lo similar.

Es cierto que hoy la ciencia médica más cualificada, proporciona unos resultados que en el pasado se podrían tildar de milagrosos. Este avance no es sino el fruto de la experiencia y la investigación de miles de años, sin embargo, todavía hoy, muchos tratamientos alopáticos son inútiles, en exceso agresivos, o incluso perjudiciales. Por ello no tiene sentido descartar de raíz métodos alternativos o complementarios, que han demostrado su eficacia durante más de dos siglos, en el caso de la homeopatía, o como la acupuntura, que es la medicina tradicional China desde hace miles de años.

Por citar algunos ejemplos señalaré que conozco directamente casos desesperados, en amigos y conocidos afectados por esta terrible enfermedad de nuestros días que llamamos depresión; en ellos, la medicina alopática tradicional, con sus dosis de psicofármacos, no parece poner remedio. Estas personas se refugian en una angustia cada vez mayor y hasta esperan, a veces, la muerte como única solución a sus males.

Pues bien, quizá la homeopatía fuera un remedio válido en estos casos y otros similares, así que ¿por qué descartarla?

La homeopatía, según nos explicaba María Pérez, ha hecho y sigue haciendo patogenesias de muchas substancias, y los resultados de esta experimentación son los que recogen los libros de referencia en los que se apoyan los especialistas para recetar: La Materia Médica y el Repertorio Homeopático.

Pero resulta también importante, y entra de lleno en la polémica actual, sobre su conveniencia de mantener o rechazar esta faceta médica, que el coste del medicamento homeopático debiera ser simbólico por sus características de fabricación ilimitada. Esto lo haría insignificante para las arcas públicas, no sólo porque evitaría el pago de royalties a firmas extranjeras, sino porque sustituiría a otras medicinas alopáticas mucho más costosas, con enormes contraindicaciones y efectos secundarios; amén de, en casos como los citados de la depresión, un efecto demasiado lento, cuando no nulo e incluso en ocasiones negativo para el paciente.

¿Por qué la medicina homeopática no debiera tener ningún coste?

Los remedios homeopáticos se fabrican diluyendo en alcohol de uso interno -a veces, también en agua o lactosa – el principio activo. Se agita enérgicamente -sucusiona- y se extraen unas gotas que se mezclan de nuevo con el alcohol. Así se va elevando la potencia y disminuyendo la presencia del principio activo, de manera que, a partir de lo que llamamos 6ª decimal, ya no habría ni rastro de substancia en el preparado, quedando sólo su energía. Como consecuencia no pueden producir daño, aunque sí reacciones, pues estimulan las defensas del organismo y podrían producir fiebre, supuración, secreciones salivares y sudoríparas diversas. Pero después de esa reacción inicial el paciente se iría sintiendo mejor. Se suelen utilizar diluciones bajas -decimal-, cuando los síntomas son físicos y más elevadas -centesimal-, cuando son psíquicos.

Pues bien, con la última dosis de cualquier remedio, se podría volver a realizar una nueva dilución, obteniendo así más cantidad del mismo preparado con destino a los enfermos que los precisaran. Como se ve, todo se reduce a un buen sistema de almacenamiento, envasado y dispensación del medicamento; una tarea que bien pudiera delegarse en los ambulatorios de la Seguridad Social, que se ocuparían de esa dispensación gratuita.

Han pasado ya treinta años y mi maletín de remedios homeopáticos conserva los productos, diluidos en alcohol de 90% de uso interno, con semejante estado que el de cuando los elaboramos: El Apis es un remedio agudo y sigue siendo una excelente fricción contra las picaduras de abeja o avispa; el árnica es una medicina inmejorable e inmediata para reducir, mediante vía tópica con tinturas o aceites, la hinchazón y el dolor de un traumatismo, etcétera. Ambos en su modo homeópatico, son excelentes remedios.

No pretendo con este artículo incentivar ni animar al uso de estos tratamientos, que en cualquier caso debería ir siempre de la mano de un médico especialista en la materia, pero creo que merecería la pena repensar el debate, antes de prohibirlos o limitarlos. La medicina alopática, como ya he indicado, no es siempre una panacea, y ha avanzado en muchos casos, a costa del sufrimiento de errores y efectos secundarios, más nocivos incluso que la propia enfermedad. Algo así no se podría esperar de las más que contrastadas medicinas alternativas, como la homeopatía o la acupuntura.