El actor vivió durante aproximadamente un mes con medio rostro paralizado.
‘Entonces soñaba con ser actor y sentí que el mundo se me venía encima’, recuerda.
MADRID.- Una mañana me levanté, me miré al espejo y vi que mi rostro había perdido su simetría; tampoco podía controlar los músculos y ni siquiera era capaz de lavarme los dientes porque babeaba. En cuestión de tres días, el 97% del lado derecho de mi cara se había paralizado. Yo entonces tenía 25 años, soñaba con ser actor y sentí que el mundo se me venía encima.

Comencé un peregrinaje de médico en médico, y la respuesta era siempre la misma: parálisis facial, sin más. No me sabían decir si se trataba de una parálisis vírica, y, dado que tenía mucho dolor en la cara, descartaban que se tratara de una parálisis de Bell o a frigore (provocada por temperaturas muy bajas). Total, que no tenía ni diagnóstico ni pronóstico.

Un neurólogo me proponía cortarme el nervio trigémino; otros me decían que, a lo mejor, en un periodo de entre seis meses y un año (un plazo de tiempo que a mí se me hacía un mundo), podría recuperar la movilidad. Y todos coincidían en que, cuanto más tiempo transcurriera, más problemas tendría para recuperarme y no tener secuelas. Total, un puto drama.

Sí, porque para ser actor tienes que tener una funcionalidad total del rostro. Y, además, es que se me notaba mucho: tenía una gran asimetría, no podía cerrar el ojo, la boca se me había caído… Era algo horrible. Pensé que ahí acababa todo. Mi entorno intentaba consolarme diciéndome cosas como «bueno, hombre, el teatro nunca te faltará…» Pero estaba hundido y caí en una depresión en la que no veía sentido a nada, hasta que di con una médico homeópata que tenía tratamientos específicos para la parálisis facial. No sé explicar muy bien en qué consistía (fueron medicinas, pinchazos y masajes), pero el caso es que, un mes después, estaba casi totalmente recuperado.

Sé que la homeopatía es muy controvertida y, de hecho, cuando he contado mi experiencia a médicos convencionales, sólo me he encontrado con risas, condescendencia y escepticismo. Hay personas que me dicen que mi curación fue psicológica…Pues habrá sido psicológica, efecto placebo o lo que tú quieras, pero el caso es que recuperé la movilidad y, con ella, mi profesión.

Con el paso del tiempo, una vez curado, creo que aquello se debió al estrés, al pluriempleo y, sobre todo, a que en aquel tiempo hacía muchos trabajos alimenticios, desde animador del público a ‘sketches’ en programas de variedades, centrado únicamente en trabajar, trabajar y trabajar. Como actor, sí, pero de cualquier manera. Uno, a veces, es tan tonto o va tan rápido que no se da cuenta de dónde están las señales. Y creo que mi cuerpo me lanzó una señal para indicarme que no iba por buen camino. A partir de ahí, decidí no gastar tantas energías en cosas que, para un actor, son muy ingratas de hacer y sólo provocan sufrimiento.

La parálisis me ayudó a reflexionar y supuso un cambio de chip: comencé a adquirir otro compromiso con la profesión y a comprender que los personajes requerían más preparación, que tenía que ser más disciplinado. Siempre he sido un actor muy intuitivo porque no he ido a la escuela de arte dramático. Y creo que, a partir de ahí, me di cuenta de que no puedes sólo confiar en el gracejo personal o en el posible magnetismo que tengas, sino que todo requiere muchísimo trabajo y un esfuerzo más focalizado. De modo que puede que, visto con perspectiva, fuera una experiencia positiva, porque me puso en el camino de ser un verdadero actor.