Emilio Morales nos cuenta en su libro “La Magia de la homeopatía” cómo el importante homeópata Constantino Hering descubrió a Hahnemann, cómo se volcó en la homeopatía y alguna de sus anécdotas, como son las experimentaciones con Lachesis.

Texto extraído del Capítulo I del libro “La magia de la homeopatía”  de Emilio Morales

“… Es precisamente a causa de esa magia por lo que el médico, una vez que ha descubierto la homeopatía, jamás la abandona. Cada homeópata tiene su propia experiencia, su propia historia acerca de cómo llegó a descubrir que aquello que parecía sencillamente imposible era real. Algunas de esas historias han permanecido vivas en la memoria de la medicina homeopática en parte debido a la importancia de sus protagonistas y en parte al interés de los propios episodios. Recordemos como ejemplo el caso del doctor Constantino Hering. No es sólo una historia del pasado sino que ejemplifica la de muchos homeópatas desde entonces hasta el día de hoy.

A partir de 1810, fecha de aparición del Órganon de la medicina racional donde se describe el método, la homeopatía se extendió rápidamente por Europa, y desde entonces hasta el primer tercio del siglo XX el debate entre alópatas y homeópatas fue intenso y sañudo. Al hilo de una de las innumerables escaramuzas que se produjeron en la prensa médica, el doctor Robbi, profesor de la facultad de medicina de Leipzig, recibió del editor Baumgarten (1) el encargo de escribir un libro contra la homeopatía. Robbi lo aceptó pero como estaba muy ocupado le pasó el trabajo a uno de sus ayudantes, el joven doctor Constantino Hering.

Hering era un hombre estudioso y concienzudo, de manera que se puso a leer a Hahnemann para poderlo rebatir con fundamento. Después de leerlo, decidió, como el propio Hahnemann, experimentar el método en sí mismo y finalmente anunció al profesor Robbi que no iba a escribir el libro solicitado y que se dedicaría al ejercicio de la homeopatía. Escribió su tesis De Medicina Futura en la que se declaraba abiertamente partidario de la nueva escuela. Las cosas se le pusieron feas a Hering desde aquel momento. Recibió fuertes presiones por parte del claustro de la facultad, así que tuvo que renunciar a su empleo de ayudante. No sería ésta su única dimisión.

Poco después, consiguió un cargo como director de una expedición científica que, dotada por la corona de Sajonia, estaba encargada de estudiar la flora y la fauna en Surinam. Establecido en Paramaribo, capital de Surinam, dedicó el tiempo que su cargo le dejaba libre a la búsqueda y experimentación de nuevos remedios homeopáticos. Seis años más tarde decidió publicar sus trabajos, y volvieron las presiones; el propio rey de Sajonia intervino recomendando a Hering que no publicase. De nuevo se vio obligado a dimitir. Después de un largo y accidentado viaje con un naufragio de por medio, se estableció en Filadelfia desde donde extendió la homeopatía por toda América. No escribió en contra de la homeopatía pero escribió varios libros de homeopatía, particularmente la obra en diez tomos Guiding Symptoms of our Materia Medica que es, hoy por hoy, uno de los textos de fondo más importantes con los que cuenta el método. Hering desarrolló la mayor parte de su actividad profesional en América, siendo el primer homeópata y difusor de la homeopatía en ese continente. Fue un importante experimentador de remedios, y durante su estancia en Brasil experimentó entre otros el veneno de la serpiente surucucú (el remedio Lachesis) . Esta serpiente es una enorme víbora que llega a alcanzar los tres metros de longitud y que, al contrario que otras más pequeñas, no duda en atacar intencionadamente a presas de gran tamaño como el hombre; esta circunstancia, junto a la enorme toxicidad de su veneno, la convierten en el ofidio más temible de América.

Hering encargó a unos cazadores de serpientes que le trajesen una surucucú a la hacienda en la que vivía con su mujer y algunos sirvientes nativos. Los cazadores trajeron al animal en una caja-trampa, advirtieron seriamente al doctor sobre el peligro al que se exponía, y cuando cobraron su encargo desaparecieron tan rápidamente como habían venido. Los sirvientes trataron de disuadir a su patrón de que intentase manejar la serpiente, y como éste no hiciese caso de sus advertencias, presas del pánico, abandonaron la hacienda.

Quedaron solos el temerario médico y su esposa. Hering retiró la tapadera de la caja y una lachesis de más de dos metros y medio de largo asomó su enorme cabeza sobre la cual su guardián descargó inmediatamente un gran golpe con la mano abierta dejándola aturdida por unos instantes, justos los suficientes para obligarla a morder un gran terrón de azúcar preparado para la ocasión. Antes de que la serpiente hubiese tenido tiempo de recuperarse, ya estaba de nuevo encerrada en su jaula. Pero lo peor no había llegado aún. Hering, satisfecho por el éxito de la primera fase de su experimento tomó el terrón de azúcar impregnado de veneno y se lo aproximó a la nariz con el fin de identificar su olor, en el caso de que tuviese alguno. La simple olfacción (según otros fueron los polvos emanados de la trituración con lactosa) del terrible veneno lo hizo desmayarse por espacio de varias horas, tiempo durante el cual fue presa de un intenso delirio. Cuando se recobró de tal estado lo primero que hizo fue pedirle a su esposa lápiz y papel para anotar las sensaciones que recordaba haber experimentado durante su experiencia. Así nació la materia médica de Lachesis, uno de nuestros más importantes policrestos. Para que hoy podamos disfrutar de las ventajas de este remedio fue necesario que un médico inteligente que vivió hace casi doscientos años afrontase, por amor a la homeopatía, peligros y dificultades casi insuperables. Y eso es, en cierto sentido, mágico, es decir, admirable, extraordinario.

Cuando algún tiempo después los sirvientes, temiendo encontrar muertos a Hering y a su esposa, volvieron a la hacienda, un doctor completamente vivo les envió a buscar de nuevo a los cazadores de serpientes para que devolviesen la surucucú a la selva. Tanto los sirvientes como los cazadores debieron de pensar que aquello era cosa de magia. Y lo era.”

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Emilio Morales es Doctor en Medicina. Máster en Homeopatía. Miembro del grupo de investigación “Filosofía aplicada: sujeto, sufrimiento, sociedad” (perteneciente al Plan Andaluz de Investigación. Código: HUM-063). Autor de varios libros y artículos sobre homeopatía. Fundador del Instituto Médico de Estudios Hahnemannianos y de Editorial Mínima.